Historia

Historia

No situamos en Alcalá del Río, un municipio de más de 10000 habitantes con un rico patrimonio cultural. Situado entre las coordenadas 37º 31’ latitud norte y 6º9’ longitud este, a 14 Km. al norte de Sevilla, en el margen derecho del Guadalquivir, el término municipal posee una extensión de 82.5 Km2 y una altura de 25 m. aprox. sobre el nivel del mar. Además, el término municipal cuenta con tres poblados de colonización: San Ignacio del Viar, Esquivel y El Viar. Los orígenes de Alcalá del Río se sitúan en la más remota antigüedad. Situada en la orilla del río Guadalquivir, arteria principal de comunicaciones desde la época prerromana, su singular y estratégica ubicación en una meseta dominando el curso del río y el territorio circundante, entre la Vega del Guadalquivir y la Sierra Norte sevillana, fue sin duda un factor fundamental para su temprano poblamiento. Como lugar de asentamiento es casi prehistórico, lo demuestran los restos aparecidos en el subsuelo de Alcalá del Río (puntas de sílex y hachas pulimentadas propias del Neolítico). Los hallazgos obtenidos en las intervenciones arqueológicas han sacado a la luz excepcionales restos: una necrópolis tartesia en la finca denominada La Angorrilla, inscripciones neopúnicas anejas a la muralla romana en C/ Pasaje Real, los restos del antiguo foro romano de Ilipa Magna (nombre romano de Alcalá del Río y que da cuenta de su importancia histórica) y muchos otros que sería excesivo enumerar aquí.

Por otra parte, es considerable la cantidad de restos arqueológicos aparecidos históricamente en el término municipal de Alcalá del Río, muchos de ellos se encuentran en el Museo Arqueológico de Sevilla: un toro de piedra, datado en el S I a.C., hallado durante las obras de construcción del puente del embalse; un jarro orientalizante de bronce, datado en el S VI a.C.; un sacerdote sacrificador, S I-II d.C.; una cabeza de patricio romano, S II d.C.; diversas aras funerarias, lápidas y numerosos epígrafes de la época romana.

La actual ciudad de Alcalá del Río, la antigua Ilipa Magna de los romanos, fue fundada en el primer milenio antes de cristo, en el periodo de las colonizaciones fenicias. Los restos arqueológicos recuperados en recientes excavaciones indican la existencia de niveles y estructuras correspondientes a los siglos VIII y VII a. C. La elección del lugar, en uno de los cabezos más altos del entorno y a orillas del río no fue casual. Su estratégica posición hizo que se convirtiera en una de los principales enclaves del Bajo Guadalquivir ejerciendo el control de las rutas terrestres y fluviales que conectaban con las ricas minas de Sierra Morena y las fértiles tierras de la Vega. Esta importancia la reflejaron historiadores de la antigüedad como Estrabón o Ptolomeo quién la denominó Magna, con la intención de resaltarla frente a otras ciudades. Durante el periodo romano la ciudad adquiere su máximo esplendor.

La conquista del valle del Guadalquivir a fines del siglo III a. C. por las tropas romanas trajo aparejada importantes cambios económicos y sociales en Ilipa. Muy pronto, en el siglo II a. C., la ciudad comienza a hacer circular sus propias monedas, en las que se muestran los elementos que simbolizan su riqueza: la espiga de trigo, por la fertilidad de sus campos, y la imagen de un pez, un sábalo, en clara alusión al Betis. Más tarde, en torno a finales del siglo I a. C. la ciudad recibe el estatuto privilegiado de municipium, lo cual supuso la entrada definitiva de la ciudad en el sistema organizativo y administrativo romano, equiparándose a otras ciudades importantes de la provincia Betica. Todo este proceso económico y social fue acompañado de un importante desarrollo urbano acorde con los nuevos planteamientos impulsados desde el corazón del imperio romano. De este modo se llevará a cabo un programa de monumentalización de la ciudad, dotándose a la ciudad de todos lo elementos necesarios para el desarrollo de la vida municipal.
El foro, núcleo central de la cuidad, se levantó en el sector septentrional. En él se encontraban los principales edificios necesarios para el desarrollo de la vida municipal. El puerto, eje de la vida económica, se emplazó en el punto máximo de navegación de embarcaciones romanas de calado medio, lo que convirtió al lugar en una parada obligatoria para el tráfico fluvial. Fuera de la, ciudad junto a los principales caminos, se ubicaron sus necrópolis y aquellas industrias, como las alfareras, que necesitaban de la proximidad del río y de las vías de comunicación.

De todo este programa, el testimonio más monumental que nos ha llegado a nosotros es la muralla. Su construcción, en torno al siglo I d. C, es un claro ejemplo de la romanización llevada a cabo en la Bética con la llegada de Augusto.
La muralla se levantó rodeando la elevación sobre la que se fundó la ciudad, aprovechando las condiciones topográficas del terreno para potenciar sus defensas, a la que contribuyó el hallarse flanqueada a un lado por el Guadalquivir y al otro por el arroyo Casanchas.
Su planta de tendencia ovalada y 1.500 m de perímetro delimitó un amplio recinto de 14 ha. Los lienzos de más de 8 m de altitud quedaron flanqueados por fuertes torres. Al interior, una serie de estribos garantizaban la estabilidad de la estructura. Con esta obra Ilipa fue fuertemente fortificada, quedando garantizado el control de este punto del Betis, tan importante para el desarrollo económico y comercial no sólo de Alcalá, si no del Bajo Guadalquivir.
Durante la dominación romana Alcalá del Río vivió, tal vez, su momento de mayor esplendor. Hasta el nombre de la ciudad romana de Alcalá muestra su grandeza: ILIPA MAGNA. En términos históricos, merece ser destacada la Batalla de Ilipa o del Vado de las Estacas. Durante la segunda Guerra Púnica entre Roma y Cartago, llega a Hispania Publio Cornelio Escipión “El Africano”, enviado por roma para detener el avance cartaginés. En el año 206 a.C., y después de numerosas batallas, “El Africano” al mando del ejército romano, y Asdrúbal, al mando del cartaginés, se enfrentan en la Batalla de Ilipa, en las inmediaciones del hoy conocido como Cortijo de “El Vado de las Estacas”, en el término municipal de Alcalá del Río. Esta batalla tuvo gran importancia, tal y como recogen numerosos historiadores, y con esta victoria los romanos se asentaron en la Península Ibérica. Después de la batalla, Escipión fundó la ciudad de Itálica, ciudad romana conocida internacionalmente por la importancia de los restos allí hallados.

Durante más de tres siglos la ciudad gozó de gran importancia, pero con la llegada del siglo III la ciudad se fue sumergiendo en un progresivo declive.
La reducción de la producción de las minas y el paulatino traslado del protagonismo portuario a Hispalis trajo aparejada la decadencia de la ciudad y el abandono de casas y edificios que quedaran sepultados bajo las ruinas y el paso de los siglos.
Aunque nunca perdió completamente su importancia como punto de control del Guadalquivir, no será hasta época medieval islámica cuando la ciudad recupere su protagonismo. La potente fortaleza levantada en tiempos de Augusto quedó integrada en la ciudad medieval. La Iliparomana pasó a llamarse Qalat Ragwal. Se reutilizaron las viejas murallas y se levanto el alcázar que sirvió a los califas almohades como defensa del Guadalquivir ante el progresivo avance de las tropas castellanas.
De la Alcalá árabe destacamos la construcción de algunas zonas y barrios del pueblo (zona del Alcázar y alrededores) que han determinado su estructura e idiosincrasia hasta hoy día. Sin embargo, en 1248 la ciudad es conquistada por el rey Fernando III, el Santo, quedando dentro del reino castellano. Perdida su condición de plaza fuerte Alcalá quedó convertida en una pequeña villa dedicada fundamentalmente a la agricultura y la pesca.
En torno al SXV, los Reyes Católicos mandaron construir una nueva ermita en honor de San Gregorio de Osseth (santo que lo es sólo por devoción popular y no aparece en el santoral católico), dado el mal estado de conservación de la existente entonces. Esta capilla se conserva hoy día como uno de los grandes monumentos de nuestro municipio. De estilo mudéjar en origen, conserva restos arqueológicos de gran importancia, como un cipo del S II d.C., y otras obras de arte como una pintura del S XVI representando a San Gregorio Magno.
Otro de los grandes monumentos de nuestro pueblo es la Iglesia de Ntra. Sra. de la Asunción. Esta iglesia, de estilo gótico-mudéjar, fue construida entre los siglos XV-XVI y conserva en su interior el Retablo de Santa Ana (estilo Plateresco), el Retablo de Rocamador (del siglo XVI) y el Retablo Mayor (Barroco del XVIII). Cuenta con tres naves y una torre asentada sobre la base de la antigua muralla romana.